Desde que llegué al barrio, ahora hace diez años, veo por las mañanas una silla vacía en una esquina de la plaza. Confieso que esa silla vacia por las mañanas me impresiona. Me impresiona porque nadie la toca. Esa silla tiene el profundo respeto de los que la rodean, de todos los que por allí pasamos. La verdad es que no siempre ha sido una silla. Hubo un tiempo que era un sofá granate de una plaza. Otro tiempo fue el asiento de un coche que dejó de estar delante del volante. Otrora fue también una silla pero de madera - de aquellas almohadilladas con escay verde-, ahora es una silla de plástico blanco, de las de terraza. Su respaldo imita antiguos trabados artesanos de anea. Mañana puede ser otro modelo. Quién sabe...
En general, aquellos escenarios donde tiene haber personas, y no las hay me producen siempre un estremecimiento. Así quedaron grabadas en mi mente las calles del centro de Madrid en la película abre los ojos, o las gasolineras vacías de la serie walking dead, o aquella atmósfera impresionante del dia después del fin del mundo que recreaba Manuel de Pedrolo en su Mecanuscrito del segundo origen, donde quedaron solos en el mundo un jóven negro que se llamaba Dídac y Alba "verge i bruna". La sensación de extrañeza puede que sea provocada porque tenemos una expectativa clara para cada escenario concreto, y lo que imaginamos repleto de movimiento y ruido, no lo comprendemos tan rápidamente si está vacío y silencioso. Al contrario también sucede, existe una traición a nuestra expectativa en el jacuzzi del spa, cuando lo esperas relajante y tranquilo y lo encuentras relleno de dos familias enteras dentro de la misma bañera redonda. Aunque ésta segunda escena está más cerca del enojo que de la extrañeza.
A la silla vacía también se le atribuye, al menos, una persona sentada. Si trancurre el dia y llega la tarde la silla está ocupada, a veces por el patriarca, a veces por su mujer, a veces por los chiquillos, a veces por todos a la vez, muchas veces por todos los miembros de la familia extensa que han traido sus propias sillas, que luegon retiran, no sé porqué, pues entrada la noche allí solo suele quedar una única para la mañana siguiente. Pero cuando la silla es un elemento de comodidad para los que disfrutan del fresco, la familia y el barrio, no me genera ninguna sensación extraña, más allá de estas reuniones en la calle me parecen un canto a la vida.
La sensación extraña es algo que se queda ahí, en el aire, sólo cuando la silla está vacia. Es esa magia de la extirpe y de la raza, donde el respeto se respira por las fosas nasales que huelen claramente a que esa silla tiene un dueño, y el dueño pertenece a un mundo que es el mismo que el tuyo pero se torna diferente en el perímetro de esa silla. Así como las toallas que desde primera hora que guardan sitio, ellas solas, en la playa de Salou, esperando a sus dueños que vendran junto con el sol del mediodia. La silla espera cada dia la magia del patriarca, que va y que viene, pero que tiene su sitio ahí y el que no pertenece al patriarcado no osa a retirar esa silla, pues esa silla ofrece respeto aún en la ausencia de su sedente.
La silla me cuenta cada mañana que la todas la culturas son ricas en detalles y en matices, que mi barrio es una mezcla maravillosa de lenguas, de culturas, de acentos y de costumbres. La silla me dice cada mañana lo mismo que las alfombras colgadas en los balcones, que un dia llegaron del desierto lejano, me dicen los mismo que las alforjas bordadas en piel que puedo adivinar colgadas en el garaje entrabierto de un artesano cambrilenc de toda la vida. Todo ello me dice que el sello de un lugar es tan humano como universal, que lo físico de un lugar está marcado por las personas que dejamos nuestra huella. Lo mismo que en otros lugares del mundo, la silla del vendedor de cigarrilllos sueltos, la silla del guarda del parking cuando no está, el plato abandonado de quien da la comida a los gatos callejeros...son cosas que tienen dueño a pesar que esten allí dejadas libres en medio de la calle y qué mágicamente nadie toca, convertiéndose en el ámbito privado de los lugares comunes.
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